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¿Que es Megapraxis? El mundo cambia, y el cambio constante es una de las ideas que conciernen a la Megapraxis, (Heráclito: "Todo fluye"). Otra es su universalidad: es global; hay que analizar todo, explicar todo; no nos conformamos con las partes. La realidad siempre es compleja y la complejidad también es megapráctica. Pero no todo va a ser análisis. Debe haber praxis ¿no? Pues eso, propuestas de acción práctica, que es lo que modifica la realidad. En resumen, conocer mejor la realidad para proponer acciones que la transformen, que la hagan progresar, que sumen “cuantos de progreso”. Pasito a pasito. Es muy simple. Pero no es fácil.

domingo, 29 de junio de 2014

El sueño del afilador


De la serie Cuentos del 15M y después de un año desde el último cuento publicado en este blog ("La hoguera"), hoy ofrezco un nuevo cuento, titulado: "El sueño del afilador" ¡Que lo disfruten!
(Ah, y dejen sus comentarios, se agradecen).

El sueño del afilador



Acabo de despertarme con una desazonadora inquietud. He soñado que llovía, oía el silbido de la flauta de un afilador y de una manera incomprensible sentía el impulso de reunir los cuchillos de la casa y salir a afilarlos. Perseguía el sonido metálico del chiflo, su melodía hipnótica, que parecía jugar con el viento y esconderse tras cada esquina, hasta que llegaba a un plaza donde se hallaban muchos vecinos, cada uno con sus cuchillos, haciendo cola ante la bicicleta del afilador, mientras éste, dale que dale al pedal, hacía saltar las chispas de la piedra giratoria frotándola contra la hoja de un gran cuchillo de carnicero.
De alguna manera, la lluvia no me mojaba, ni parecía afectar la gravedad con que el afilador se enfrentaba a su trabajo. Concentrado, afilaba un cuchillo tras otro levantando la vista de la piedra giratoria tan sólo para entregar el cuchillo recién afilado a su dueño y recibir el siguiente, sin mediar palabra, en silencio. Llegado mi turno, alargué mi brazo para entregar al afilador mis cuchillos. En el mismo momento en que éste los cogía, clavó sus ojos en los míos, breve pero intensamente y con serenidad. Sentí un escalofrío.
Marché de allí. Sin rumbo, callejeando, me crucé con otros vecinos que también venían de afilar sus cuchillos, en silencio. Caminaba deprisa, al igual que el resto de la gente, por una ciudad irreal, sin tráfico, sin ruido, el silencio roto tan solo por el rumor sordo de pasos aquí y allá, y por el lejano y triste deje de la flauta del afilador, que parecía rasgar el aire quieto, animar la lluvia y detener el tiempo.
Sentía el calor de los cuchillos recién afilados en mis manos. La lluvia fina golpeaba en mi cara y resbalaba hacia mi barbilla, de donde caía el agua formando un hilillo. A medida que arreciaba la lluvia, yo aceleraba el paso, y me dí cuenta que las demás personas que deambulaban por las calles se apresuraban de igual manera. De repente, me vi trotando en grupo por el medio de la calle junto al resto de personas que venían de afilar sus cuchillos, portándolos en las manos, o en los bolsillos, o sujetos a la cintura. Grupos de personas procedentes de diferentes calles iban uniéndose a un grupo mayor que recorría la principal avenida de la ciudad, la cual desembocaba en una gran plaza delante del Palacio de Gobierno. Al poco tiempo una inmensa muchedumbre se concentraba en aquel espacio, en silencio, apretando los mangos de los cuchillos aún calientes con los puños, con la mirada fija en aquel inmenso edificio, aquella mole granítica que representaba el poder, y por lo mismo, la opresión.
Con determinación, la muchedumbre comenzó a moverse hacia la entrada principal del edificio, una gran puerta de hierro forjado que conducía a un inmenso patio. Yo caminaba en medio de la multitud silenciosa. Nadie se interpuso a nuestro paso. El patio estaba vacío. La gente comenzó a adentrarse en las dependencias del edificio. Todo estaba abierto. Yo me adentré con un grupo por las escaleras principales. A medida que recorríamos las salas, los despachos, las estancias, nos percatábamos de que el edificio estaba vacío: no sólo no había personas, tampoco había muebles, ni archivos, ni rastro de actividad alguna. El espacio antes ocupado por aquellos en quienes recaía el dudoso privilegio de ejercer el poder, siempre a favor de unos pocos privilegiados y en contra de la mayoría, ahora estaba vacío. Entonces todos guardamos nuestros cuchillos, ya fríos, y marchamos. Todo había terminado, y todo estaba por empezar.

Al despertar he recordado el sueño con mucha claridad. La sensación de desasosiego ha permanecido un buen rato. Volviendo a la rutina diaria he salido a la calle, llovía un poco. Al doblar la esquina me he topado con un afilador que acarreaba el extraño aparejo de su oficio montado en una bicicleta. Al mirarle a los ojos me ha devuelto la mirada y me ha sonreído. Un escalofrío ha recorrido mi espalda.

Megapraxis


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